La provocación del Coronel / Ricardo Sánchez B.

 
 
 
 
Estimado y recordado Coronel (*)
Escribo para comentarte que tus pinturas, luego del primer impacto por la gran calidad de la ejecución, se llenaron de vida y recuerdos, encadenándose a otras imágenes y situaciones y personajes y momentos, sentimientos; cosas que me sacaron por un momento de las necesidades y de las preocupaciones habituales, de los tacos y el apuro del tiempo y del dinero; recuerdos que probablemente representan algunas de las cosas más importantes de la existencia. Estas divagaciones finalmente terminaron enlazándose con algunas lecturas obsesivas que he estado haciendo el último tiempo y que, al encontrarme con algunos comentarios a tus publicaciones, me animaron a desarrollar algunas ideas y querer compartirlas contigo, como si estuviéramos  en aquella plazoleta que llamábamos “la legal”. 
Pensando en nuestra manera habitual de vivir, recordé la forma en que el filósofo Martin Heidegger analiza lo que denomina la esencia de la técnica, donde plantea que si bien es correcto considerar a la técnica como un medio que nos permite alcanzar fines, y que a la vez es un hacer del hombre, estás definiciones no nos hacen vislumbrar cual es la esencia de lo que llamamos técnica. Él considera que lo central de la técnica moderna es que representa una manera particular de ver el mundo, en sus palabras es una de “las formas del desocultar”, que tiene la particularidad de descubrir todo lo que ilumina como si fueran energías que deben ser liberadas, a fin de que puedan ser calculadas, explotadas y acumuladas. Así por ejemplo las montañas aparecen como reservas, como recursos disponibles, como yacimiento de minerales, el clima y el suelo como posibilidad de instalar una industria del vino, el paisaje como soporte de la industria del turismo, finalmente como si toda la naturaleza existe PARA ser explotada por el ser humano, donde incluso no se escapa ni siquiera el propio ser humano de esta consideración, transformándose también en energía para ser acumulada y explotada. 
Podemos vivenciarlo día a día al levantar la mirada y posarla sobre todo el paisaje circundante, y al examinar el tipo de mirada que posamos sobre este entorno. Todo es convertido en recursos que esperamos puedan satisfacer necesidades, nos metemos en las entrañas del paisaje haciendo desaparecer el misterio. De la misma manera terminamos entendiendo a la ciudad y los rincones que habitamos desocultándolos de una manera que pudiéramos denominar meramente funcional, donde una esquina se transforma de acuerdo a su afluencia de público en un lugar propicio para instalar un supermercado, por el acceso a vías de comunicación, etc. así desaparecen lugares de memoria y surgen galpones que cumplen funciones prácticas, finalmente desechables. 
Si bien probablemente el desarrollo industrial se hace necesario para la subsistencia del ser humano, el mayor riesgo de la esencia de la técnica radica en la expulsión que hace de todas las demás maneras posibles del desocultar, de ver el mundo, convirtiéndose en la ÚNICA medida de todo.
Este mismo autor nos platea a su vez que el ser humano, está constituido por ese mismo entorno, que no hay distancia entre nosotros y el mundo, que el mundo no es algo que está ahí afuera, que somos parte del mundo tanto como él es parte de nosotros, es decir No hay ser humano sin un mundo en el cual existir. Una persona sin mundo no tiene sentido. Entonces el paisaje al que pertenecemos nos constituye de una manera fundamental y lo que hacemos con él, finalmente es lo que hacemos con nosotros. Pero Heidegger también nos recuerda que existen otras formas posibles de relacionarnos con todo lo que hay, que nos permiten volver a reencontrarnos y sentirnos un poco más en casa, y una de esas, una privilegiada manera de observar es el arte.
 
Al prestar atención a las pinturas que nos propones, se abre una mirada distinta, la esquina de Miguel Aguirre con calle Libertad ya no es un emplazamiento privilegiado donde instalar un nuevo negocio, construir un edificio o modificar el semáforo; es la esquina de nuestra identidad, la que nos ha constituido en lo que somos. Es la esquina cargada de imágenes, recuerdos, en la que aprendimos a vernos y movernos y que nos llevamos lejos cuando partimos. La casa de la subida de Las Revueltas es el lugar que observábamos con el rabillo del ojo cuando caminábamos de vuelta con los amigos, pero que su sola presencia y familiaridad nos hacía sentir en casa, no en cualquier casa, así como la luz que baña la pileta de la plaza se mezcla con el olor de los cigarros, con los sonidos de los flippers del Geminis, con la manera que elegíamos de caminar, de mirar, de hablar.
 
Me parece que las pinturas presentadas tienen la capacidad de volver nuestra mirada a la ciudad que nos ha cuidado, y a la vez descuidado, que nos acompaña o acompañó y que por tanto, también somos nosotros mismos, y de una manera misteriosa nos permite ver y vernos en nuestras particularidades. Si bien puede ser la ciudad de la nostalgia (a veces engañosa porque esos espacios estuvieron, y probablemente estén, también habitados por el temor y el odio, porque la noche también se llenó de sonidos, sombras y silencios) es a la vez la ciudad de las preguntas sobre el rescate de lo que haya que rescatar y de la manera en que es posible hacerlo (y tal vez es eso lo que hay que preguntarse), en definitiva nos recuerda la responsabilidad con nosotros mismos, del recuerdo de que no sólo estamos habitados por el cálculo, es la ciudad de las emociones y afectos, que necesitamos rescatar para seguir construyendo.
 Esto no significa que sea necesaria una mantención falsa del paisaje como si fuese una fotografía donde nada cambia, pero tal vez esta nueva mirada, este revisitar el entorno a que nos convocas pueda ser una invitación a asumir la responsabilidad de observar que estamos haciendo con todo eso hoy, estas pinturas nos recuerdan que tal vez es posible y necesario el cambio, pero con respeto por lo que hemos sido, lo que somos y lo que podemos ser. Así Aureliano mas allá de tu capacidad técnica privilegiada, o más bien a partir del uso de tu técnica privilegiada, me parece que tus obras se pueden entender como una provocación que nos lleva a reconsiderar nuestra manera de vernos y proyectarnos.
Un gran abrazo y muchas gracias 
Gerineldo Márquez
 
(*) Conozco a Ricardo hace muchísimos años. Él me presentó a García Márquez y sus Cien Años de Soledad y desde esa época nos volvimos fanáticos de esa novela y de muchas otras que vinieron luego. Quedábamos en una plaza entre su casa y la mía a fumar cigarrillos clandestinos y a revivir nuestros recuerdos favoritos de Macondo y su gente... hasta que decidimos convertirnos en ellos. Desde entonces iniciamos una especie de doble vida en la que yo he sido el Coronel Aureliano Buendía y él el Coronel Gerineldo Márquez... una especie de broma secreta que luego de tantos años ha sido revelada aquí en su excelente texto. Un gran abrazo para ti también, querido Gerineldo!!!!